Día de lluvia, me gustan los días de lluvia. De pequeña, me ponía triste porque pensaba que cuando llovía era porque los ángeles estaban llorando (supongo que todos, de pequeño, hemos pensado eso alguna vez) aunque después nos alegrábamos, porque los ángeles nos habían dejado charcos en el suelo para poder saltar sobre ellos.
Qué inocentes éramos de niños, para todo teníamos explicación, hasta para las cosas más difíciles y más inexplicables del mundo.
Si llovía, los ángeles lloraban, si teníamos miedo simplemente cerrábamos los ojos muy fuerte, si el juego no iba simplemente lo sacábamos soplábamos la ranurita y ya está (debo confesar que, a veces, yo aún lo sigo haciendo). Si en el escondite tocabas la pared decías “por mi y por todos mis amigos” y te declarabas el héroe de aquella tarde, y sí, éramos niños, éramos simples, con ganas de jugar, de pasarlo bien y de reír, sin importarnos como era el de al lado, sin complejos y felices.
Éramos niños y no temíamos nada, ( quitando de los “me chivaré a mamá”, no temíamos nada), no discutíamos, simplemente no limitábamos a amar, amar a todo el mundo, a tus padres, tu hermanos y tus amigos, y parece que conforme crecemos se nos olvida eso de amar.
Luces, cámara, acción 