El sol sale como todas las mañanas, radiante, fuerte y lleno de luz. Pero para mí esa mañana iba a ser distinta, esa mañana y todo el día, claro.
Salí de mi casa dispuesta a tener mejor día que el anterior, cosa que me propongo todas las mañanas al salir de casa. Miré la hora, y Elena como de costumbre bajaba a las 8:00 en punto ( hora en la que teníamos que estar ya en el aula del colegio).
A las 8:05 se oía decir a la monjita que nos habría todas las mañanas “vamos, siempre las mismas, buenas TARDES, porque más tarde no podéis llegar” ( a eso, le tenéis que añadir un acento andaluz, andaluz, de los buenos)
Subimos por las escaleras y como siempre la misma conversación, pero aquella vez dio para un poco más de conversación.
– ¿Qué toca?
– Ahora, lengua.
-¡Pues corre!, ¡vamos! el otro día nos echó a nosotras y media clase más, y luego ya sabes.. viene el comunicado…
– Ana, ¡mira! están ya todos sentados, vamos llama tú.
– ¿Yo? ¿ por qué?
– Vamos Ana tú tienes más confianza con ella.
– Jope, vale llamo yo.
Dispuesta a llamar que estaba, vimos a David y como buenas amigas nos esperamos.
-¿ que hacéis?
– ¡Calla!, voy a llamar
Dí los típicos golpecitos en la puerta.
-¿Se puede? dije muy tímidamente.
-Sí, claro pasar.
Nos quedamos asombrados, era la primera vez del curso que realmente llegábamos tarde, pero nos dejó pasar.
Pasamos y imagino, que no solo en mi mente, si no que también por la de David y Elena, se pasaba ese “uf, por los pelos” .
Lo que viene siguiente, hasta las cinco son horas y horas de clase, ya sabéis, historia, biología, clases que pasas mirando por la ventana ( si has tenido suerte y te ha tocado el sitio al lado de la ventana, yo, la tuve)
Lo que haría cambiar esa mañana, realmente vendría a partir de las 5, meriendo, como siempre, yogurt y fruta.
-¡Ana! ya que veo que hoy te dispones a hacer el vago, cosa que haces todos los días, vente a Cullera y me ayudas a limpiar el apartamento.
– Claro, mamá.
Pues eso, que me dirigía camino a Cullera, con ganas, desde el verano que no volvía y tenía ganas.
-Mamá, ¿puedo ir a correr por el paseo? es que en Albal, ya no tengo tiempo para ir a correr.
– ¿ Pero te has traído deportivas y ropa?
-Sí, claro.
Entonces, como no podía ser de otra forma, me fui a correr hasta el faro, es mi lugar favorito de Cullera, el faro y al lado el mar.
De pronto me sobresalté.
-¡ buuuuu!
-¡aaahhhh!
-¡Tranquila, soy yo!
– ¡Diego! ¿que haces aquí?
– Pues correr, lo mismo que tú ¿ no?
– Ya, pero a ti no te gusta el faro.
-Ya, pero te he visto correr hacia aquí, y digo, voy a darle un susto.
– No has cambiado, eh.
-¡oye! tu tampoco.
– Bueno Ana, casualmente llevo un candado, que casualmente lleva nuestros nombres y la fecha de hoy, ¿ que hacemos ?
– Ya, casualmente… Venga, vamos a colgarlo.
Lo colgamos y cada uno tiró su llave al río, ahora, los dos, supongo que más yo que él, sabemos que nuestra amistad, estará siempre, en un candado, que nadie puede abrir. Y, que desde entonces, nuestra amistad ha sido más fuerte que nunca.