El olor a pólvora inundaba las calles, los ruidos por culpa de los petardos no cesaba y la sonrisa de la gente era inmensa.
Valencia estaba en fallas, Valencia vibraba, se llenaba de luz, de color, de ilusión, y eso, se notaba en el ambiente, en las sonrisas de los valencianos, sobretodo en la de los más pequeños, eran los que más disfrutaban.
-¡Va, corre! Es fácil, solo tienes que apretar el mechero, encender el petardo, y cuando veas que de la mecha del petardo salten chispas, lo sueltas y sales corriendo.
– Claro, para ti es fácil que tienes siete años y eres mayor, pero yo solo tengo estos- dijo mostrando los cuatro primeros dedos de la mano.
Y queriendo no parecer cobarde ante su hermano, llenándose de valentía, encendió el mechero, lo acercó al petardo con miedo y cuando vio las chispas, soltó el petardo y comenzó a correr con todas sus fuerzas.
-¡Muy bien! ¡Lo has logrado! ¡Ya está! Pero, ¿Ahora, porqué lloras?
– Porque hoy me he convertido en un niño grande.